Tengo dos mascotas que adoro y forman parte de mi familia. Dos gatos, uno de ellos se llama Blondy, una gata que ya ronda los diez años de edad y mantiene una espléndida salud y su figura felina se adorna con sus líneas de piel atigrada. A pesar de sus años, para nosotros sigue siendo una gatica y creo que ella lo sabe muy bien, pues su comportamiento pasa fácilmente de la pequeña pantera cazadora a la muñequita juguetona y perezosa.
Quienes tenemos mascotas sabemos muy bien los valores y las emociones que se mueven en torno a unas criaturas que tienen mas de humano que de animales. En mi caso, suelo sostener largas conversaciones con mi gatico Ozzy, en diálogos maravillosos, de los cuales les contaré en otra ocasión.
Hoy les voy a contar sobre el milagro que salvó la vida de Blondy. Todo comenzó con nuestra decisión de tener una mascota en casa. No sabíamos bien cómo era este tema en la ciudad de Miami a donde habíamos llegado a vivir. Nos sugirieron el método de la adopción y nos decidimos por un gato. El día señalado salimos muy temprano, como tomando parte en un ceremonial sagrado. El viaje se nos hizo eterno, y en lugar de acercarnos teníamos la sensación de alejarnos. Para nuestra sorpresa encontramos un lugar muy bien organizado, parecía una guardería para bebés.
Había muchos gatos, de diferentes razas, edades, colores y tamaños. Todos se movían y nos llamaban, de alguna manera, intentando comunicarse con nosotros. Pero en medio del desorden de maullidos, gritos, peticiones y ofertas, se alzó una patica que se deslizaba por entre los barrotes de una jaula y con más habilidad que una mano, nos llamaba a grito tierno. Mi hijo menor fue el primero en reconocer la señal esperada e inmediatamente dijo: “encontré a Blondy…”
La gatica era muy pequeñita con pocas semanas de nacida. Estaba recién esterilizada y cuando la sacaron de la jaula, lo primero que hicieron las enfermeras veterinarias fue vacunarla, advirtiéndonos que quedaría un poco mareada. Rápidamente llenamos unos formularios y firmamos unos documentos, cumpliendo con las formalidades legales. Tal vez pensando que los funcionarios se fueran a arrepentir y todo se malograra, o que hubiese algún inconveniente inesperado, sin habernos puesto de acuerdo, todos comenzamos a acelerar los trámites y a presionar el proceso de adopción. Cuando finalmente nos entregaron a Blondy, nos metimos en el carro y nos fuimos rápidamente de aquel lugar, para asegurar que la gatica sería nuestra mascota por siempre.
En el largo camino de regreso a casa pasamos por una tienda de mascotas, esas tiendas especializadas en donde encuentras todo lo necesario para garantizar una buena vida a tus mascotas. Compramos todo lo que quisimos y creímos que ella podía utilizar. En el fondo, reconozco que eran regalos tanto para ella, como para nosotros. Lo que no habíamos gastado en la adquisición de ella, lo habíamos gastado en todas esas cosas que, tal vez, para su edad no eran tan necesarias, como un collar con su nombre, pero pagamos por todas ella, fue una factura elevada, pero todos nos sentíamos felices con nuestra nueva mascota.
A Blondy la llevé cargada todo el camino, hasta que llegamos al apartamento en el piso catorce. Mi esposo, sin experiencia en gaticos, quiso que para que ella se empezase a adaptar a nuestro ambiente era necesario que su baño y su comida deberían estar en el balcón de la terraza para que ella circulara libremente. Nadie se percató que ella aún era muy pequeña, tenia un mes y cinco días, ya se había destetado pero todavía era una bebé.
La dejamos un momento sola. Había transcurrido unos minutos, cuando abrí el balcón y no la encontré. La buscamos por todo el apartamento, por debajo de los muebles, debajo de las camas y no la encontrábamos. Comencé a suponer que Blondy se había caído del balcón. La verdad es que la terraza es bien segura, tiene barandas altas y suponíamos que era muy segura, pero no nos percatamos que ella se podía salir por el desagüe que hay para que cuando llueva, salgan las aguas lluvias.
Angustiada, decidí buscar el ascensor y bajar hasta el jardín. Fueron segundos eternos para bajar los 14 pisos y dos más que están debajo del lobby, el del gimnasio y el de los depósitos. Un pequeño jardín al lado de la piscina, es el área que queda justamente debajo del balcón. Una matas de un metro de alto rodean el lugar. Una de esas matas, providencialmente, se enredó en el collar de Blondy y le amortiguó su violenta caída. El collar quedó colgando en la rama. A Blondy la recogí del suelo, estaba sangrando mucho por la boca, su respiración era lenta y estaba sin sentido, rígida, como muerta.
La cargué sobre mi pecho, sentí un dolor profundo que me hacía temblar todo el cuerpo. Invoqué a la Virgen su ayuda, volví al ascensor y subí hasta el apartamento. Agradecí que en los Estados Unidos no existiera el piso trece, el recorrido se hizo rápido. Mi esposo estaba esperándome, llegué con el vestido totalmente mojado en sangre y con Blondy arropada en mi pecho, se estaba muriendo.
Decidimos buscar un centro de atención médica para animales. Por la prisa, salimos sin saber a donde ir. Nos regresamos y el conserje en la recepción del edificio nos dio varias direcciones y teléfonos de clínicas veterinarias, y salimos rápidamente en su búsqueda. No había GPS, ni mapa. En varios de esos sitios no contestaban el teléfono, era un domingo en horas de la tarde. Cuando finalmente llegamos a una clínica para animales, explicamos que era una urgencia y nos atendieron inmediatamente. Como si todo formara parte de un libreto previamente escrito, esta clínica era especializada en fracturas de columnas vertebrales y su director había ganado premios y reconocimientos por sus investigaciones y excelentes resultados ortopédicos en animales, era presidente de la asociación de médicos veterinarios del sur de la Florida, sin lugar a dudas ese era el lugar más indicado.
La angustia y la incertidumbre se prolongó un buen rato. La médica salió de la sala de cuidados intensivos y nos informó que Blondy seguía inconsciente, tenía un severo trauma cráneo encefálico y varios huesos fracturados. Se debía esperar a que se desinflamara el cerebro para tomar decisiones, las opciones de vida eran del 50%. Con mi esposo nos miramos a la cara y no sabíamos qué hacer. La médica nos preguntó si la autorizábamos a seguir con el protocolo médico del caso para intentar salvarla o si lo detenía y ordenaba su sacrificio. Es decir, si íbamos o no a asumir los costos del servicio médico para nuestra gatica. Nos advirtió que Blondy podía seguir varios días en cuidados intensivos, que los costos eran elevados e inciertos ya que primero debíamos esperar a que recuperara la consciencia. Intentar salvar su vida era nuestra decisión.
Realmente fue un momento difícil, mi esposo y yo hicimos una reflexión conjunta. De una parte él se sentía culpable por haber insistido en dejarla en el balcón, un lugar que resultó siendo el menos adecuado. De otra parte, nos parecía un contraste haber comprado muchas cosas para Blondy, sin reparar en gastos, muchas de las cuales eran innecesarias, y ahora cuando se trataba de intentar salvarle la vida, pensábamos en los costos a asumir, además ¿cómo explicarle a nuestro hijo menor que el dinero es más importante que la vida de un ser querido?
Era una lección de vida, y en término de valores adoptamos una decisión. Decidimos que la médica continuara con todo el tratamiento a seguir y que se hiciera todo lo necesario para salvar nuestra gatica, firmamos los documentos del caso, y así fue. A las dos horas de estar en urgencia, la trasladaron a cuidados intensivos, en este punto nos dejaron verla, fue difícil mirarla con todos los tubos que le pusieron, estaba acostada en una camilla. No se pueden imaginar la situación. Fueron momentos realmente difíciles. La médica nos repetía que teníamos que esperar que su cerebro se desinflamara para ver cómo se desarrollaba la situación y tomar decisiones. Todos los días íbamos a verla y no tenía mejoría, la veíamos toda inflamada, su cabeza y sus patas traseras. Duró en cuidados intensivos cuatro días. El quinto día la médica nos confirmó que Blondy saldría adelante, pero que tenía que operarle su pata trasera derecha ya que esos huesos no se le soldarían. Dimos la autorización para que la operaran y le pusieran dos clavos y una platina. La operación duró más de una hora. Al final todo salió bien, pero ella aun se encontraba muy delicada.
El octavo día la médica le dio de alta, pero había un problema adicional, teníamos que hacerle una rigurosa fisioterapia en su patica operada. Después de 10 días la llevamos a la fisioterapeuta a su primera sesión de terapia, si no se le hacían las ejercicios ella podía quedar con su patica reseca e inmóvil, con el tiempo cuando caminara ella se desplazaría arrastrando la patica. Al final, después de tres sesiones, decidimos que la fisioterapeuta nos enseñara a hacerle los ejercicios y mis hijos diariamente los hacían, a pesar de los fuertes maullidos que daba la pobre del dolor. Ellos terminaron de especialistas y le hicieron todas las terapias necesarias. Blandy se graduó de gata voladora.
Hoy puedo contarles que ella se encuentra muy bien, ronronea y maúlla feliz. Creo que con la caída desde el piso catorce, perdió seis vidas, ahora solamente le queda una. Al comienzo era muy retraída y se asustaba por cualquier cosa.
Blondy es una gata juguetona y feliz que le gusta acostarse en los trabajos de patchwork que hago, como en este colorido edredón que les muestro en estas fotos que publico. Lo hice todo con mis manos, la costura, el acolchado. La tonalidad y el contraste de colores quiere reflejar la séptima y última vida de Blondy, esa gatica feliz y voladora, protagonista de un verdadero milagro.